En
estos meses de no ir al colegio, aunque tengo que volver hasta que alcance edad
de jubilación total, una de las cosas que estoy haciendo desde la mucha
tranquilidad que tengo, es tirar papeles, que no sueños.
La
alternativa era comprar más estanterías, tengo demasiados libros por los suelos,
que no voy a desechar.
Y
hoy ha tocado continuar con los papeles de 41 años de trabajo, mis compañeras me
decían que tenía algo de Diógenes y algo de razón tenían, todo me parece
interesante e histórico, no siempre hubo ordenadores e internet.
No
soy de lágrima fácil, bueno depende, en este último año las distintas emociones
que se columpian, suben y bajan por toboganes y tratando de dar esa imagen de
fortaleza a los que te rodean, te puedes derrumbar en el momento más
inoportuno, lo que viene a ser dejar fluir la mente, el alma, todo.
Me
he puesto el termómetro, medido saturación de oxígeno y comprobada la tensión
arterial y deduzco que los sentimientos que me produce hoy leer lo que trabajé,
deben estar alterando algunas hormonas, también son días primaverales de sube y
baja, es lo mismo, da igual.
Y
eso que no he mirado fotos, solo documentos profesionales de toda una vida, ya
apunté maneras desde el inicio de mi ejercicio profesional, mejorado a lo largo
de los años.
Si
he podido avanzar, aunque haya tenido momentos de parón forzado y necesario, es
por permitirme tirar literalmente a la basura determinados recuerdos, vamos a
denominarlos no positivos, han sido unos cuantos, no me siento bien tratada
profesionalmente, es complicado ser profesional de la salud en el ámbito
educativo, muy complicado.
Van
quedando huecos en la estantería, vacíos en la memoria inmediata, se llenarán
de otras ilusiones, porque me siento muy viva, aunque les pese a algunos que ya
han pasado directamente al contenedor de orgánicos y a los que deseo que tanta
paz encuentren como han dejado. En mis recuerdos.
“Cosas que eran difíciles de superar son
dulces de recordar”
Séneca.
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