Todo parecido con la realidad de
este breve relato que a continuación leeréis, es pura coincidencia, o no.
En un reino de un país no lejano,
hace mucho tiempo ocurrió un hecho perturbador que alteró la “turbulenta” paz. El rey no sabía ni por dónde le venían los
dardos envenenados y la corte menos que
para variar estaban con sus amoríos, combates y festejos y ¡AY! que sólo
estaban sudando la gota gorda los vasallos, doncellas y sirvientas, pocos ante
tantos y tantos pelagatos de alcurnia real. (validado varios siglos después)
Y el día destinado por el rey a
escuchar las quejas de sus súbditos, apareció ante él y el resto de los jueces
reunidos siempre junto al monarca, el obispo los clérigos y algunos caballeros, una dama
que denunció una mala actuación y grave de otra damisela que cohabitaban en el
mismo ala del palacio y tenían las mismas tareas que realizar, sólo que la dama
tenía una banda roja y ancha y supervisaba a todas las doncellas ese trabajo
diario, arduo muchas veces, tranquilo cuando el ánimo no caía en una permanente
melancolía ante la no llegada de sus caballeros y sus zalamerías.
Expuesta la demanda al juez del
ala 24 , primero izquierda y tras escuchar a todos los implicados en la
bellaquería ocurrida, incluso falsos testigos y alguno que cometió perjurio, quedó
visto para sentencia, unas semanas, ya se sabe que las cosas del palacio van
despacio.
Y en la corte todo eran chismorreos
en la barbacana, en el foso, el adarve, las almenas, cabellerizas, huertos y
regimientos e incluso en la torre del homenaje, ¡pardiez!, que insensatez. Se
iniciaron apuestas secretas sobre quién ganaría, mientras los que habían
mentido eran los que más le daban al pico, ya se sabe en épocas de paz, mucho
diablo con el rabo enredando y matando moscas…
La dama de la banda roja, la que
había expuesto los anómalos hechos seguía trabajando, organizando y soportando incluso a los perjuros y los afines que muchas
veces llamaron a su puerta en pos de consuelo por las barrabasadas de la
damisela frescuela, la fiesta del verano y sacrificios a los dioses por las
buenas cosechas estaba cerca, no se podía bajar el ritmo, eran tantas cosas las
que quedaban por hacer….
Transcurrieron 2 lunas, los jueces y letrados apenas si se
molestaron en mirarlo, lo pensaron una tarde de verano y rodeados de algunos legajos ¡AY! y otra vez ¡AY!,
sentenciaron, qué más da, otra pamplina
más.
Y se celebró un gran banquete
para invitar a todos los habitantes del castillo, con el rey presidiendo la
mesa, la reina a su lado y el príncipe y las princesas y todos los que
pertenecían a esa decadente y absolutista monarquía.
Bufones, malabaristas,
danzarinas, todos con mucha alegría.
Y cuenta la leyenda que la damisela creíase victoriosa, iba de
corrillo en corrillo murmurando, susurrando a los necios y botarates que
querían escuchar la supuesta ganancia, su razón en la patraña, con la osadía
que da la ignorancia. Y la dama de la banda roja que sabía de la autenticidad
de lo ocurrido (ya entonces la justicia apuntaba maneras), sonreía y pensaba:
¡Por todos los dioses! ¡!!!Ah no!!!!, que era un reino medieval, ¡!Por los clavos
de Cristo, San Miguel Arcángel, San Blas y la Virgen de las Rocas!! , al infierno de cabecita que irá y apareció por
allí Alexander
Pope, poeta inglés y dijo a la dama:
“El que dice una mentira no sabe
qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para
sostener la certeza de esta primera”
Y colorín colorado, este cuento
se ha acabado.
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