Inclusión, normalización, segregación, integración, exclusión….
Ciertos términos de tanto oírlos y en ocasiones mal
utilizarlos, debiéramos repasarlos y en
caso necesario utilizar el correcto o al menos ser conscientes de que no se
ajustan a la realidad.
El poder, por un lado lanza nombres supuestamente actuales
sustituyendo a los anteriores y al mismo tiempo involuciona terminológicamente
y lo que es peor, los vivimos en la práctica profesional cotidiana, eso sí poco
a poco, de manera que cuando te das cuenta ya está implantado y nadie sabe como
ha sido y si lo sabes, más vale callar.
A los que no nos consideramos necios todavía, no nos queda más
remedio que ante lo inevitable, establecer una lista de prioridades no siempre
entendida y acatar por imperativo legal desafortunadas imposiciones y escucha,
que suelen apelar los mismos que obligan a cumplir, al bien superior del menor
en este caso, como si los demás nos chupáramos el dedo o fuéramos cabezas
huecas.
Cuando no se utilizan
los principios básicos de los sistemas de calidad, cuando ni siquiera
interesa saber o aplicar lo que es trabajar desde y con calidad, el producto
final es un desastre que se lleva por el camino demasiado coste humano y
material, por tanto ni eficacia ni eficiencia.
La mejora de procesos inevitablemente debe pasar por una
planificación y análisis, primero general de la organización y después de
establecer esa política de calidad, saber delegar en los propietarios de los
procesos porque “zapatero a tus zapatos”…
Y a buen entendedor pocas palabras bastan y escribir en clave
empieza a ser muy necesario y además es aplicable todo lo que acabo de escribir
a muchas personas y situaciones, hasta a mí misma y mis circunstancias
“El mando debe ser un anexo de la
ejemplaridad”.
(José Ortega Y Gasset)
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