Ayer por la tarde estuve abrazando a una amiga que acababa de
perder a su padre.
Nuestro abrazo fue intenso y mientras llorábamos ella me
decía, ya nos hemos quedado huérfanas las dos Nati.
Nos unen muchas cosas, también haber tenido padres con
pluripatologías, longevos, dependientes y que hemos cuidado en casa hasta sus
últimos momentos durante mucho tiempo, circunstancia que cuando el dolor de la
pérdida va pasando deja un poso de tranquilidad y satisfacción, por haber
podido atender y querer de una manera singular y especial de los que nos dieron
la vida.
Gloria es de las amigas que se pueden contar con los dedos de
la mano, amigas para siempre y ya pueden pasar meses sin hablar que cuando lo
hacemos parece que fue hace un rato nuestra última charla.
Nos unió el trabajo allá por el año 1980 en el Instituto
Nacional de Reeducación de Inválidos (INRI) hoy CPEE María Soriano, las dos
recién acabados nuestros estudios de enfermería, con ganas de cambiar el mundo
y por supuesto muchas cosas profesionales.
Vivimos durante 16 años, podría afirmar, que los mejores años
de nuestra vida, miles de anécdotas que no puedo contar algunas y de las que
mis compañeras actuales cuando empiezo a contar “batallitas de antaño” me
sugieren que las recoja en un libro, queda pendiente para la jubilación.
Ayer me recordaba cuando al poco de estar trabajando, murió su
abuela a la que recuerdo como una mujer no de su época, más bien de una
mentalidad abierta y sin tantos condicionamientos sociales, culturales y
religiosos y entre otra hermana suya y yo la pusimos guapa para el último
viaje.
Hemos vivido tanto juntas… hasta que ella se fue a otro Centro
de Educación Especial y desde entonces
la echo de menos y mucho.
También en el tanatorio, nos reencontramos muchos compañeros
de trabajo de toda la vida, algunos comentábamos lo de siempre, mira que somos,
tener que encontrarnos en estos sitios, tenemos que quedar para tomar algo..
¿os suena?
Gloria, amiga mía, ahora que ya estamos más libres podemos
quedar más
frecuentemente y reírnos de todo y por todo como hacemos
habitualmente, ya quedamos ayer que lo organizamos Carmen y yo.
Te dejo aquí un poema de San Agustín, aunque yo sea menos “creyente”,
que cuando falleció mi madre alguien dejó en mi buzón y un poema Cherokee.
Y sobre todo te dejo un gran abrazo en estos días de intenso
dolor y a toda tu maravillosa familia.
D.E.P tu padre.
No llores si me amas,
¡Si conocieras el don de Dios y lo que es el Cielo!
¡Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos!
¡Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos;
los horizontes, los campos y los nuevos senderos que atravieso!
¡Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen!
¡Cómo!...
¿Tú me has visto, me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y amarme en el país de las inmutables realidades?
Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis, feliz!
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por senderos nuevos de Luz...y de Vida...
Enjuga tu llanto y no llores si me amas!
(San
Agustín)
Y este
bello poema CheroKee:
“No te pares
al lado de mi tumba y solloces.
No estoy ahí, no duermo.
Soy un millar de vientos que soplan
y sostienen las alas de los pájaros.
Soy el destello del diamante sobre la nieve.
Soy el reflejo de la luz sobre el grano maduro,
soy la semilla y la lluvia benévola de otoño.
Cuando despiertas en la quietud de la mañana,
soy la suave brisa repentina que juega con tu pelo.
Soy las estrellas que brillan en la noche.
No te pares al lado de mi tumba y solloces.
No estoy ahí, no he muerto”.
No estoy ahí, no duermo.
Soy un millar de vientos que soplan
y sostienen las alas de los pájaros.
Soy el destello del diamante sobre la nieve.
Soy el reflejo de la luz sobre el grano maduro,
soy la semilla y la lluvia benévola de otoño.
Cuando despiertas en la quietud de la mañana,
soy la suave brisa repentina que juega con tu pelo.
Soy las estrellas que brillan en la noche.
No te pares al lado de mi tumba y solloces.
No estoy ahí, no he muerto”.
En las puertas del quirófano |
Recogiendo el Premio Nacional Reina Sofía 1089 |